Aquel día decidí cruzar el puente. Un puente que nunca antes había existido, o al menos, yo nunca había visto.
Era el puente que unía mi cabeza y la suya. Un puente invisible, pero llamativo.
A medida que lo cruzaba y me acercaba al otro lado, empecé a notar una atmósfera desconocida, con olores diferentes y colores diferentes…
A pesar del temor que sentía y con cierto miedo a descubrir cosas que no vería ver, decidí continuar el camino y adentrarme en su cabeza, en sus ideas, en sus pensamientos.
Llevábamos ya varios meses enfadadas, casi un año, y tengo claro que la cosa venía de antes. El problema no empezó aquel día en el que discutimos, empezó mucho más atrás, cuando ciertas conductas suyas empezaron a demostrarme que ya no era la persona que siempre había dicho ser.
Hacía tiempo que no lograba verle como a una amiga, como a alguien en quien poder confiar. Ya no quería contarle cosas, pues ella era capaz de deformar y malinterpretar cualquier cosa que yo le dijera. Parecía que estaba obsesionada conmigo y que quería hacerme la vida imposible.
Yo lo había intentado todo, pero ella nunca había mostrado interés por arreglar las cosas, así que poco a poco, nos habíamos separado.
Sin darme cuenta, perdida en mis pensamientos, me descubrí dentro de su cabeza. Una amalgama de neuronas me esperaba allí. En su cabeza reinaba cierto caos, o eso parecía, aunque he de reconocer que nunca antes me había visto dentro de la cabeza de otra persona, quizás todas sean iguales.
Desde su cabeza, descubrí cosas sorprendentes, como que yo no era el centro de su pensamiento, que las cosas que hacía no pretendían dañarme, que ella también estaba dolida con todo lo que había pasado o que ella también creía que lo había intentado todo para arreglar nuestro conflicto.
Me sentí confusa. Durante mucho tiempo, yo había estado convencida de que ella se había convertido en una mala persona, pero ahora, estando dentro de su cabeza, me daba cuenta de que no era así.
Entonces, ¿cómo habíamos llegado a separarnos tanto?
Entrar en su cabeza y ver desde sus ojos me había ayudado mucho, me había ayudado a entender que quizás yo también había metido la pata, que quizás algunas de mis actitudes también habían hecho que ella se distanciara.
Ver con sus gafas me enseñó un mundo diferente que yo no había visto.
No sé qué me llevó a cruzar aquel puente, pero hoy me alegro de haberlo hecho. ¿Cuántas veces, por no cruzar un puente, nos quedamos encerradas en nuestras propias ideas y nuestras propias cabezas?
Me habían hablado antes de la mediación, pero no sabía que una mediación fuera a ayudarme de aquella forma.
La mediación me ayudó a cruzar aquel puente y a ponerme las gafas de la que hasta entonces había sido mi gran amiga. Me ayudó a salir de mi posición y a encontrar mi verdadero interés: arreglar el conflicto.
¿Cuántos puentes deberíamos cruzar y no nos atrevemos? ¿Qué pasaría si lo hiciéramos?
Atrévete a cruzar.
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