Desde hace unos años trabajando en conflictos comunitarios multiparte grupales, me asalta la constante reflexión en torno al tema de la legitimidad. Estos días, siguiendo los acontecimientos y las narrativas que se están construyendo en torno al proceso catalán surge nuevamente el término legitimidad. Una palabra con muchos matices, miradas e interpretaciones, ¿quién otorga las legitimidades? ¿para qué son otorgadas? ¿quién las reconoce?…
En los procesos de gestión de conflictos en general, una vez que se ha aceptado transitar por una vía dialogada (mediación, negociación, etc.) hablamos de las tres legitimidades:
- Legitimar el proceso, es decir reconocerlo, ver la viabilidad del mismo, apostar por ese camino para gestionar el conflicto que nos ocupa.
- Legitimar a la persona que lo conduce, confiar en sus habilidades, conocimientos y en la imparcialidad, o como menciona Sara Cobb, y a mí me gusta más, en la deneutralidad.
- Legitimar a la otra parte, reconocerla como interlocutora válida a pesar de las diferencias o del conflicto abierto.
Algunos autores inciden en una cuarta legitimidad, que es la autolegitimación, es decir, validar ante nosotras mismas, nuestras reivindicaciones y aspiraciones, pero intentar hacerlo construyendo puentes con el otro y no muros que imposibiliten o limiten la construcción de soluciones dialogadas.
Sin embargo cuando trabajamos con grandes grupos, entidades, asociaciones, movimientos, en ocasiones nos encontramos con personas que cuentan con la legitimidad legal, es decir, en los estatutos figuran como presidentes o presidentas de tal entidad, pero que en la práctica no lo son, se representan a sí mismos o se encuentran muy alejadas de lo que las bases quieren, necesitan o aspiran…
Pero hay una legitimidad más importante y previa a las otras, que afecta a situaciones enormemente diversas. Es la legitimidad social, son las personas con gran liderazgo que generan consensos en torno a su persona, estas por desgracia escasean. Estas figuras son las palancas de transformación de los conflictos en el espacio público. En ocasiones, es la situación ideal, ambas figuras confluyen en una misma persona.
Weber (1959) fue el primer pensador social en enfocar el tema de la legitimidad vinculándolo a:
- dominación (probabilidad de encontrar obediencia),
- poder (probabilidad de imponer la propia voluntad dentro de una relación social),
- relación social (reciprocidad entre dos o más individuos).
Creo que las personas que trabajamos en gestión de conflictos complejos tenemos un gran reto en la identificación y trabajo con la legitimidad en todas sus vertientes y matices, no centrando su mirada exclusivamente en una sola, en este breve post solo hemos apuntado algunas de sus aristas, pero existen muchas más… frente al momento de las verdades únicas y de la denominada post-verdad debemos introducir matices y miradas que amplíen los análisis para poder desescalar los conflictos y trazar lugares comunes de encuentro y de diálogo.
2 comments
Join the conversationMaria Eugenia Gallego Urrego - 30/01/2018
Excelentes contenidos !!!
Fundación Gizagune - 05/02/2018
Muchas gracias María Eugenia, nos alegra que te gusten!