“Un gramo de experiencia a los nueve años vale mucho más que un curso de moral a los 20” (I. Nievo)
Resulta indiscutible que la mediación es un alza en nuestras sociedades, cada vez nos interesamos más por ella, se promulgan leyes, se incrementan los cursos de formación… no hay duda ¡queremos gestionar nuestras divergencias con una mirada diferente!
Sin embargo… ¿cómo podemos aplicar todo esto a los niños y niñas?, ¿cómo podemos hacerles participes del diálogo? ¿Cómo transformar los modelos en los cuales se desarrollan nuestros hijos e hijas?… Este no pretende ser un post sobre pautas educativas, “los 10 errores básicos a la hora de educar a nuestros hijos”, o las “10 frases que ayudaran a sacar todo su potencial” que incrementen la presión educativa sobre los individuos, sobre padres y madres… Reclamamos acciones que impliquen a la colectividad, reivindicamos que un verdadero cambio de sistema relacional no debe recaer sólo en el entorno familiar. Nos referimos a ¿qué puede hacer el sistema educativo en la formación de ciudadanos y ciudadanas?
Parafraseando a Antanas Mockus “la ciudadanía se construye con otros. Uno no nace ciudadano, uno se va volviendo ciudadano; uno no hace hablante, uno va aprendiendo a hablar (…). Entonces parte de la construcción de la ciudadanía consiste en tratarnos unos a otros como ciudadano, y eso significa confiar en la autorregulación (…)”, pero cuando la autorregulación falla o bien las diferentes perspectivas hacen que surja un conflicto ¿cómo podemos aprender a regularlo, a gestionarlo de forma que sean una fuente de aprendizaje y, por tanto construcción de un modelo de ciudadanía inclusivo y no punitivo?
Mediación en el ámbito escolar
Los programas de mediación en el ámbito escolar pueden ser una de las vías, especialmente aquellos denominados mediación entre iguales que tienen la virtud de qué va más allá de dar una respuesta a las situaciones de conflicto. Son los niños y niñas quienes tienen que hacer de mediadores y por lo tanto aprender las destrezas y habilidades necesarias: escuchar, preguntar, empatizar, dialogar etc… y eliminar de la mochila todos aquellos elementos que tanto contribuyen a los malestares cotidianos, juicios, prejuicios, interpretaciones etc… Sólo con afianzar estos aprendizajes de manera vivencial eliminaríamos muchos de los grandes retos que afrontan nuestras sociedades.
Además para que estos programas funcionen el centro educativo tiene también que realizar una transformación, implicarse, dejar espacios para el diálogo, convertir el arte del diálogo en una transversal activa y práctica en la cotidianidad.
De esta manera estaremos contribuyendo a que los niños y niñas sean más felices, desarrollen cotas de autonomía y de efectividad, a que aprendan vías dialogadas a la gestión de las divergencias cotidianas y sobre todo a que desarrollen habilidades relacionarles.
¡Si queremos modificar los estilos relacionales comencemos por los espacios en los que se producen las relaciones!
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