Dicen que a veces la vida nos pone pruebas. Yo no sé si esta prueba me la puso la vida o el frío del otoño.
Hace unas semanas, al acabar de impartir una formación en Habilidades de Comunicación, volví a mi casa y antes de ir a la cama, noté que mi voz había perdido un poco de fuerza. No le di más importancia, “un poco de agua caliente con miel y limón y listo”, pensé.
Tras un sueño reparador, sonó la alarma, la oí perfectamente y con suavidad la apagué para empezar la rutina matutina. Ducharme, vestirme, preparar el maletín del trabajo… Todo normal, hasta que llegué a la cocina y tuve que dar los buenos días.
Imposible. Quería hablar y no podía. Intenté decir algo y no pude, mi voz había desaparecido. Durante un buen rato entré en estado de alarma, “pero, ¿qué voy a hacer sin voz?”, no puede ser, no puedo estar sin hablar, ¡con todo lo que tengo que decir!”
Mi cabeza no paraba de dar vueltas, pensando en las dos reuniones que tenía aquella mañana, en las llamadas de teléfono que tenía pendientes… necesitaba recuperar mi voz.
Pero claro, hay veces en las que a una no le queda más que asumir que lo único que funciona es la aceptación, así que no me quedaba más ir a la oficina y ver qué pasaba.
Para mi sorpresa, descubrí cosas que nunca antes había vivido. Estar afónica no era un problema, era una oportunidad, la oportunidad de poner en marcha una fantástica herramienta de la que ya hemos hablado muchas veces: la escucha.
La escucha
Te preguntarás, ¿qué se puede aprender estando afónica? Pues ahí van, estas son las cosas que aprendí:
- Cuando no puedes hablar, escuchas a la otra persona plenamente, sin un diálogo interior que prepara una respuesta y no te deja comprender lo que el otro quiere decir.
- Cuando no puedes hablar, las personas se dirigen a ti en un tono mucho más bajo, como si ellas también estuvieran afónicas, lo que permite conversaciones más tranquilas y pausadas.
- Cuando guardas silencio, la persona de enfrente no tiene prisa por acabar su exposición, con lo que se explica mucho mejor y expresa con más claridad lo que quiere y necesita.
- Cuando guardas silencio, aprendes el poder de la comunicación no verbal y te sorprendes por su potencia y sus posibilidades.
- Cuando no puedes hablar, te quedas con tus ideas, pero también con las de los demás, y entonces te haces más grande.
- Cuando escuchas, no tienes como prioridad hablar de ti misma, y tienes la posibilidad de conocer mejor a la persona con la que hablas.
Al final, me di cuenta de que cuando no hablas, escuchas.
Escuchar es aprender de los/as demás, aprendes que sus opiniones y sus ideas son mucho más interesantes de lo que habías pensado, y te das cuenta de que a veces, guardar silencio, es la mejor opción.
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