Veamos cómo funciona esta fantástica herramienta interna del ser humano, que tiene como objetivo empeorar las soluciones de los problemas.
Esta herramienta consiste en que cada sujeto adapta la realidad a su necesidad a su verdad. Consiste en que solo cuente nuestra perspectiva, nuestra percepción de las cosas, con lo cual ninguna sugerencia va a hacernos cambiar y contemplar que la verdad puede ser distinta. Se le llama distorsión de la realidad. O dicho de otro modo, incapacidad para darse cuenta de que uno mismo es el problema.
Veámoslo con un ejemplo muy habitual en nuestra vida cotidiana: salimos de trabajar después de un día largo de trabajo, cansados o cansadas, con ganas de tranquilidad, de poder llegar sentados/as a casa, pudiendo leer un libro cómodamente en el metro. Llegados a este lugar y desde nuestra necesidad de que “nadie nos moleste”, colocamos el bolso en el asiento de al lado, con la intención de que no se ocupe.
En este ejemplo, percibimos a las demás personas amenazantes e invasivas de las que debemos protegernos. No caemos en la necesidad de la otra persona de querer sentarse, solo percibimos legitimadas nuestras necesidades de tranquilidad, comodidad y poder leer tranquilamente.
En resumen, la realidad se distorsiona en nuestro interior y se amolda a nuestra necesidad. No somos capaces de ver a las personas como personas. Consideraremos que nuestras necesidades están por encima de las de las otras personas y que las del resto son secundarias, o ni siquiera empatizamos con sus posibles necesidades.
Como resultado de esta distorsión, actuamos en consecuencia, y la otra persona responderá acorde al comportamiento que observa. Las relaciones se van forjando a partir de lo que hacemos y de cómo lo hacemos, sin olvidar el por qué o para qué lo hacemos.
Internamente ¿qué nos ocurre en el interior para que se den estas situaciones?
Se le llama autoengaño
Siguiendo el ejemplo anterior, hacemos un acto contrario a lo que “sabemos que debemos hacer”, que en esto caso sería dejar el sitio libre para que otra persona se siente. Así justificamos nuestro comportamiento, distorsionando la realidad y viendo al resto desde el juicio que calmará mi forma de actuar.
Con lo cual, a la vez que veo la otra persona como invasiva, y acentúo su “defecto” que justifica su comportamiento, potenciaré mi necesidad de descanso y de querer ir tranquilo o tranquila en el viaje. Además culpabilizaré a la otra persona de mi malestar, con lo cual me pondré a la defensiva generando una situación incómoda, asegurando un conflicto y quizás su escalada.
Aquí llega el autoengaño, cuando damos por hecho que el problema no lo tiene uno/a mismo/a, sino la otra persona.
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