Uno de los “trucos” en la gestión de conflictos es transformar la culpa en responsabilidad.
De pequeños y pequeñas nos enseñan a que “siempre hay un culpable”, por ejemplo: de pequeños era la pared contra la que nos habíamos chocado, luego era un o una compañera de clase, un familiar, más adelante es la pareja, el jefe… y en consecuencia, no asumimos responsabilidades de lo que nos ocurre y vivimos eternamente en el victimismo, con frustración e impotencia ante las circunstancias.
La gestión de la culpa
La culpa, es importante gestionarla bien, para nuestro aprendizaje y crecimiento personal. En primer lugar, conozcamos algo sobre la culpa. Digamos que es subjetiva y depende de normas o reglas propias, que no han sido respetadas. La culpa nos informa de que hemos sido incoherentes entre nuestra forma de pensar, es decir, nuestros valores y la forma que hemos tenido de actuar.
Con lo cual la culpa, puede generarla el otro o la otra en su comportamiento o uno mismo/a.
En cualquier caso, la culpa nos va a generar un sentimiento desagradable, que puede manifestarse como rabia o tristeza. Y entonces, corremos el riesgo de entrar en un bucle de reproches hacia nosotros/as mismos/as o hacia la persona que consideramos que rompió las reglas.
¿Y la responsabilidad?
Para minimizar el efecto de la culpa, en mediación, hablamos de responsabilidad. Parecen iguales, pero no lo son.
La responsabilidad invita al cambio de cara al futuro. Nos ayuda a tener una visión más amplia de la situación, a ver que falló, que se puede cambiar, mejorar, etc. Es decir, nos ayuda a ver qué ha fallado tanto en mí como en la otra persona.
Por lo tanto, nos ayuda a pensar más en global, a pensar más en grupo, y ver a todas las personas implicadas sintiendo que tenemos poder para hacer algo distinto la próxima vez.
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