Estar en conflicto es como llevar unas gafas poco graduadas. Nos dejan ver, es cierto, pero distorsionan nuestra visión del mundo.
Una de las cosas que hace que la visión de la realidad sea cada vez menos vez menos ajustada, es la aparición de las emociones. El conflicto trae consigo una gran cantidad de intensidad emocional.
Bien gestionadas, estas emociones pueden ayudarnos a comprender lo que pasa y a dar una respuesta adecuada al conflicto, pero cuando las emociones se nos escapan y empiezan a decidir por sí mismas, la cosa se pone fea.
Nuestros conflictos son pequeñas historias que empiezan en un momento determinado y que va caminando hacia un sitio o hacia otro en función de las decisiones que vamos tomando (es como aquellos cuentos que leíamos de pequeñas y que decían, “si quieres que Luisa vaya de excursión, pasa a la página 34, si quieres que Luisa se quede en casa, pasa a la página 67” ¿te acuerdas?)
Vamos narrando la historia una y otra vez y “poco a poco, la narración se aleja de lo que hemos vivido, y se transforma en un discurso que desarrolla leyendas sobre lo que hemos experimentado y quiénes somos y cómo pensamos” (Pubill, 2016).
Cuando estamos en conflicto, la necesidad de nuestra mente hace que busquemos continuamente aquellas acciones y evidencias que ratifican nuestra forma de ver el mundo. Aunque esto ocurre en todo momento (incluso en situaciones de normalidad existe un sesgo que nos lleva a buscar la confirmación de nuestras hipótesis), en situación de conflicto este hecho se acentúa.
Flexibilización y rigidificación
Kelly (1995), nos habla del ciclo de la experiencia y de los conceptos de flexibilización y rigidificación. Nos explica que, desde una perspectiva constructivista, nos pasamos el día tratando de anticipar lo que sucederá. Utilizando como mecanismo la anticipación de la experiencia, elaboramos teorías sobre lo que acontecerá.
Si los sucesos encajan con nuestra anticipación, todos tranquilos, pues no tendremos que ajustar ninguna idea, sintiéndonos flexibles y coherentes… pero si la experiencia no es congruente con nuestra idea previa, la revisión del sistema será obligatoria.
Es aquí donde aparece el problema, pues la persona puede decidir no hacerlo, al exigir una revisión de sus esquemas, creencias y opiniones. Ante ello, buscaremos justificaciones para no modificar nuestras posiciones. Aparece la rigidificación, que impedirá la ampliación del enfoque o el cambio de ideas y posicionamiento frente a un conflicto.
Mantenernos rígidos, facilita la escalada y la aparición de emociones como el enfado, la frustración o la ira.
Es cierto que las emociones que surgen en conflicto pueden parecer incómodas, pero como apuntan Greenberg y Karman (1993), las emociones son un sistema informador sobre nuestras motivaciones, necesidades y vivencias de nuestras relaciones.
Así que quizás, en vez de ver nuestras emociones como un problema, podamos verlas como una guía que nos hable de lo que realmente necesitamos para resolver nuestros conflictos de una forma adecuada y beneficiosa.
¿Te apuntas?
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